Padre
nuestro
no
sé cómo se escribe tanta vida.
Tuve
que decir la plegaria porque la fisura
marca lo insufrible de mi cuerpo.
No
cabía la luz. Lloraba
como
si me hubieran llamado Pablo o infinidad,
es
lo mismo; como tragar sin querer el pecado
de
haber nacido insaciable.
Escribir
la ruina, escribir la catástrofe
hubiera
sido más fácil que decir mi nombre.
Por
ejemplo, hagamos de cuenta
que
es alba y que no estás.
Hay
que hacer fuerza para nunca
porque
la letra no cede. Se hace de golpe
un
intento por dejar la plegaria y empujar
la
náusea para adentro, un proceso inútil y
nefasto
como aprender a mirarse las grietas,
ahogarse
sin para quién, sin para dónde.
Dije:
así se hace la noche
un
empujón con las yemas para parir
el
llanto por la boca:
sin
palabras para renunciar a la calidez
de
nuestros huesos, sin fuerzas
para
dejarnos caer en la memoria del mar
que
nos ha visto